AMAYA ASCUNCE
Un día abrí un blog metiéndome con mi madre que se llamaba Cómo no ser una drama mamá; Planeta me publicó un libro, con el mismo título, que resulta que vendió muy bien. Entonces mi editora me propuso hacer un libro de recetas de mi madre. A mí me dio un ataque de risa, me atraganté, y le dije que lo único que teníamos en común una cocina y yo es que las dos existimos en el mundo. Pero al cabo de unos días empecé a darle vueltas; podía ser un recuerdo maravilloso: que mi madre me enseñara a cocinar de verdad y poder contarlo. Pensé que era una afortunada, porque no sabía si aprendería a freír un huevo, pero tendría un libro para mi madre y para mí solitas. Iba a tener la mejor excusa del mundo para reírnos, y una editorial la iba a encuadernar, le iba a poner tapas, y en la Biblioteca Nacional habría un volumen en cuyas páginas mi madre, la drama mamá, me enseñaría que la cantidad justa de aceite es la clave para que un gazpacho salga rico. ¡Y me iban a pagar por eso! La leche. Luego las cosas se torcieron un poco