PEREZ VALENCIA,PACO
A pesar de que su poder de atracción sigue intacto, la exposición es hoy un vehículo adormecido por la corrección, donde el espectador sufre habitualmente el «mal del visitante de museo», esto es, el aburrimiento.
Todo ha cambiado. El entorno de las exposiciones ha vivido una auténtica transformación en los últimos veinticinco años, su puesta en escena ha recibido muchas innovaciones con la aportación de recursos creativos y tecnológicos, con la desinhibición en la escenificación de los objetos, integrándolos en el espacio o descontextualizándolos radicalmente, destacando a aquellos o al lugar que los recoge, buscando múltiples lecturas y miradas transversales. La exposición ha sobrepasado los límites que imponía el espacio ortodoxo museográfico hasta liberarse, y el público, profesional o no, demanda tales acontecimientos.
Hablamos del hombre contemporáneo y seguimos trabajando para el espectador del siglo xix. Es una absurda paradoja. La exposición se banaliza en cuanto la ofrecemos como pensamos que será aplaudida por el público (contenido y forma). El riesgo nos incomoda por cuestiones de opinión, y es, precisamente, el factor más proclive a encontrar las fórmulas para romper con tanto aburrimiento.
La museografía defendida en este tratado (al que han contribuido tanto la experiencia práctica de los montajes expositivos realizados por su autor como su propia actividad didáctica) es aquella que, desde el mayor de los respetos por la obra y su entorno, aspira a generar preguntas para espíritus inquietos, no a dar respuestas a pasivos mirones.