ANDREÉ GIROLAMI-BOULNIER
La creciente cantidad de niños que ni siquiera saben con qué letras podrían representar tal o cual sonido, es suficiente para haber sorprendido y aun inquietado a padres, maestros, médicos y a nosotros mismos.
¿Existe o no esta extraña "enfermedad"? Y de existir, ¿tiene remedio?
Los psicólogos se apresuran a determinar e inventariar hasta el cansancio las ineptitudes de estos niños, los psiquiatras a explorar su consciente e inconsciente, y como no por ello se consigue que lean mejor, se los encamina, de acuerdo con los resultados de los exámenes realizados, a una psicoterapia o una reeducación foniátrica.
¿Qué significa esto? ¿Acaso los maestros no saben enseñar los rudimentos? ¿Serían tan complicados los métodos, tan mediocres las condiciones escolares, y los niños tan indiferentes a los juegos intelectuales propuesto como para que la dislexia proliferara en estas condiciones del mismo modo en que la gripe se propaga en un medio infectado?
Si bien es cierto que existe casos graves de imposibilidad de leer y de escribir con buena ortografía, éstos no dejan de ser excepcionales y no guardan proporción con el número de semianalfabetos que egresan de la escuela.
El hecho de que un niño con perturbaciones del lenguaje esté en inferioridad de condiciones para aprender a leer porque no sabe hablar es algo que tiene sentido. Pero ¿y los otros?
Dejando de lado las deficiencias que, evidentemente, hay que corregir antes de enseñar a leer, ¿por qué no dar desde un principio, antes de este aprendizaje, aquellas nociones que resultan indispensables para que pueda llevarse a cabo con éxito? Estamos convencidos de que, de este modo, muchas "perturbaciones de la percepción" no se agravarían. ¿Llegarían siquiera a manifestarse?