RODRIGUEZ PLOCI
El bizco Durán es el antihéroe gaditano. Embarcado en mil empresas, por no resignarse a su suerte, naufraga en todas. Su heroicidad, en cambio, radica en la resignación. Aguanta los embates a pie firme, sin quejarse, como hace con las secas piñas oculares con las que le deleita su mujer, mu tranquilo, mu hombre. Conocedor de sus límites, cual filósofo griego, se contenta con poco. Hay duranes por todas las calles y esquinas de Cádiz.
El bizco Durán no es el contrapunto humorístico del héroe en una novela sin héroes. Más se asemeja al parásito plautino, que normalmente alterna su condición humorística con la del huésped al que acompaña. Éste y aquel encarnan la condición de pobres desgraciados que nos empuja a la risa, cuando la lógica sería que nos empujara al llanto. Uno y otro se reparten las tortas, que no faltan en la comedia latina. El caso del bizco Durán es singular; él no es ni huésped ni parásito. Él no reparte las tortas ni las desgracias con nadie, y esa conmiseración nuestra no se diluye entre una multitud de personajes. Es un Quijote sin Sancho o un Sancho sin Quijote.